Esta ciudad no es feliz en las mañanas… ¡Está malhumorada, triste, preocupada!

Por Yoni Cruz
SANTO DOMINGO, RD.- Esta ciudad no es feliz en las mañanas. En febrero de este año inicié a trabajar en el Poder Judicial, en un horario que requiere llegar a las 7:30 am. Desde que inició el presente año escolar, debo ir a la calle entre 6:40 a 7:15 am, a llevar a mi hija al colegio. De regreso, camino una parte a pies. Me sirve de ejercicio mañanero. Como siempre laboré en horario nocturno, tenía casi una década que no salía tan temprano a las calles.
Este año, como “mañaneo”, me ha dado por mirar a la gente, su rostro, su forma de caminar o de conducir. Y lo que veo es como un paisaje lleno de los rostros de Guayasamín o de Modigliani, pero sin la poesía ni el colorido de éstos. ¡Esta ciudad está malhumorada, triste, preocupada! La gente no ríe. Le cuesta mirar a la cara del que viene de frente en la misma acera, para no soltar un “buenos días”.
Los conductores están más decididos a pelearse que a cualquier otra hora del día. Pero sobre todo, rostros sombríos, cansados, más de lo que podrían serlo luego de agotada la jornada.
Miradas perdidas tras los cristales de los autos, gesticulaciones agresivas ante todo accionar del prójimo. Es como si el otro tuviese la culpa de que usted tenga que abandonar la tibieza de su cama para ir a meterse en la jungla, a ganarse la vida ¿o a perderla de a poquito?
Y no es para menos. La costumbre ya no es escuchar a primera hora “Alegre despertar”, de Radio Santa María, o mirar por la ventana para ver el rocío encima de la hoja de plátano o yautía, y escuchar el canto de las aves… Ahora no. Usted se tira al piso. Se dirige como un autómata al baño. Con el celular en las manos. Y allí hace su primera incursión al “acontecer nacional”, a la “cotidianidad”; en las redes sociales hallará de todo, pero básicamente noticias y “post” que le harán reaccionar con pesar, con rabia, con tristeza, sobre todo cuando se trata de injusticias, de corrupción, de incidentes y accidentes, de violencia. Hay de todo, menos noticias positivas, de aliento o motivación. Al abordar el auto, mecánicamente usted enciende la radio, y allí es permanente el bombardeo, la carga nociva, el entrenamiento para un día difícil. Y así, el tiempo se va enseguida. Y a lidiar contra él, para no llegar tarde al trabajo o al colegio.
Y en medio de todo, la agenda del día, las cosas que hay que hacer, que pagar o comprar. Los conflictos por resolver, y los que surgirán en esa jornada. Y se sabe que el día no alcanzará para todo ello. Y ese saber ayudará a hacer más pesada la carga, le hará querer no levantarse a encarar la cruda realidad. Y así nos vamos dejando envolver en esa vorágine, sin apenas darnos cuenta.
Vamos complacidos de irnos convirtiendo en autómatas, en piezas del desarrollo, de las estadísticas del crecimiento económico. Entregando nuestra fuerza y nuestro sentir. Y en un abrir y cerrar de ojos, la vida se fue, o al menos, se nos apagó, se nos gastó, se nos dañó. Y a la suma final, nos falta tanto. Tanto sonreir, nos faltó mirar y sonreir al vecino, al desconocido, al niño, al mendigo. Nos perdimos de ir y cerrar los ojos, aspirar y entregarnos unos minutos a la nada, al placer de lo simple que sería oler el amanecer, una planta, el aroma de la bebida humeante frente a nosotros, del desayuno ingerido sin prisa, de leer el diario o unas páginas de un libro, de abrazar a tus amados y preguntarles plácidamente un cómo dormiste, y regalarles un te quiero o un abrazo suave y cálido. Al sumar, no nos cuadrará la suma. Nos restará mucho este andar de mal humor, con tanta prisa, con tanta tristeza.
(El autor es Diseñador Gráfico-Comunicador-Tomado de su cuenta de Facebook).