POR ERNESTO JIMÉNEZ
“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay otros que luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay quienes luchan toda la vida, esos son los imprescindibles”. Bertolt Brecht
En 1947 un joven cubano de 21 años, a la sazón presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios, se unió a la expedición de Cayo Confites con la intención de luchar para liberar al pueblo dominicano de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. Evitó ser capturado en la malograda invasión porque se lanzó al mar cuando su nave fue interceptada.
Años después, el 26 de julio de 1953, este mismo joven, a los 26 años lideró una revuelta armada contra el régimen opresivo y criminal del dictador cubano Fulgencio Batista. Esta operación bélica inició con el asalto al cuartel Moncada, donde los sublevados pretendían obtener pertrechos militares para proseguir combatiendo contra la sanguinaria tiranía. La rebelión fracasó, decenas de jóvenes perdieron la vida y su principal líder fue apresado.
En el juicio posterior a la fallida rebelión, el joven líder asumió valientemente su propia defensa y concluyó sus alegatos emitiendo una frase que resonaría fulgurante en los anales de la historia: “Condenadme, no importa, la historia me absolverá”. De todas formas, fue condenado a 15 años de prisión, pero luego de tan solo 2 años en cautiverio fue liberado y enviado al exilio. Desde el extranjero siguió buscando alternativas al régimen de abusos y opresión que asfixiaba la libertad de su pueblo y dedicó todas sus energías físicas e intelectuales a la concepción, planificación y materialización de una revolución.
El 2 de diciembre de 1956 desembarca en su país acompañado de un grupo de hombres determinados a combatir hasta morir la cruenta tiranía de Batista. Tras 2 años de intensa lucha armada, los llamados barbudos entraron triunfantes en la Habana el 1ro. de enero de 1959, iniciando así una nueva era que cambiaría para siempre el curso de la historia latinoamericana.
A partir del triunfo de la revolución cubana, este joven comandante, que desde su adolescencia mostró una extraordinaria sensibilidad y solidaridad ante la miseria y el dolor del ser humano, se erigió como el principal baluarte de dignidad, soberanía y decoro de los pueblos de la América hispana. Su nombre: Fidel Alejandro Castro Ruz.
La revolución socialista de Fidel otorgó a la Patria de José Martí una preponderancia e independencia sin par en su historia. De ser una isla que servía de casino y burdel de poderosos grupos mafiosos de EE. UU., marcada por un fuerte componente de segregación racial, altas tasas de criminalidad, analfabetismo y mortalidad infantil; pasó a ser la nación con los mayores indicadores educativos, deportivos y médicos de la región. Todo esto a pesar de poseer un sistema económico ineficiente y contar con la hostilidad acérrima de la nación más poderosa en toda la historia de la humanidad, que se manifestó en incontables intentos de asesinato y un bloqueo económico brutal.
Sin embargo, el comandante Fidel Castro prevaleció incólume por más de 48 años al frente de la revolución (renunció voluntariamente al poder en el 2008), y no obstante estar sometido a serias limitaciones económicas, apoyó siempre las mejores causas de los pueblos del mundo. Podemos citar algunos ejemplos: Cuando en 1965 los Estados Unidos invadió la República Dominicana, Fidel respaldó la lucha del pueblo dominicano. También intentó salvar la vida del presidente Salvador Allende durante el golpe de Estado dirigido por el criminal Augusto Pinochet. Y mientras el presidente estadounidense, Ronald Reagan, y la primera ministra británica, Margaret Thatcher, apoyaban el encarcelamiento de Nelson Mandela en Sudáfrica, Fidel, en cambio pedía su liberación y denunciaba ante el mundo el régimen xenófobo y racista del apartheid.
Ese fue, es y será siempre Fidel, pues aunque el pasado 25 de noviembre extinguió su presencia física, su ejemplo de lucha, solidaridad y entrega vivirá en los corazones de los que aún creen en los sueños y utopías. Y más allá de toda pasión, amor o encono, el juicio imparcial y definitivo sobre su legado histórico le corresponde, única y exclusivamente, a las futuras generaciones del pueblo cubano. ¡Ellos lo juzgarán!
(El autor es economista y comunicador).