Por Yoni Cruz
Mis primeros recuerdos están atados al río. Al rio Camú, en cuyas aguas lavaban las mujeres el sucio del trabajo de sus maridos, y del juego de sus niños; el lugar donde iban todos a mojar el calor y a comer mangos y cajuiles silvestres, mientras miraban a los cocheros lavar sus carrajuajes y echarle agua a los cansados caballos.
Pero a esa edad, 4 años, ya veía camiones, como dueños absolutos del río, sacando a golpe de palas la arena de sus orillas.
Más adelante, llegamos a Bonao, y nuestra casa estaba, de nuevo, muy cerca del rio. Esta vez, nuestro rancho era la casa más cercana al río Masipedro. ¡Era la cosa más hermosa que podía haber disfrutado en mi niñez!
Aguas tan cristalinas y frescas que la gente la bebía a confianza. Lleno de vida, abundantes tilapias, viajacas, sagos, dajaos, camarones, jaibas, adornado de mangos, naranjas, caimitos, guamas, guayabas, chinola, pomos, tubérculos, y nidos de gallaretas, garzas, palomas, calandrias, barrancolí, tórtolas y codornices.
Caminar por las orillas del río, bañarse en sus aguas, pescar y descansar allí eran de las actividades cotidianas más importantes de la gente de Los Arroces de mi niñez.
En mi caso, mi primer contacto con el arte fue en aquella poza que todos llamábamos El Barro. Allí hice mis primeras figuras de arcilla, y de allí nació mi interés por el dibujo y la pintura.
Cuando llovía, el río crecía. Lo sabíamos en las noches porque empezaba el sonido estruendoso de las rocas arrastradas por las aguas poderosas de este hermoso río.
Conocí al menos a dos personas que acudían a sus orillas a escuchar el sonido del agua mientras se deslizaba por las piedras, por las chorreras, pues decían que ese sonido era terapéutico.
Pero entonces volví a ver los camiones sacando arena de las orillas, y peor, usaban palas mecánicas para llenar en un instante a varios volteos, haciendo más eficiente la depredación que ocurría a vista y desinterés de todos.
A eso se le agregaban otras terribles amenazas: los campos de sembradíos de arroz, los reguíos, le tomaban el agua río arriba, la metían dentro del arrozal, las contaminaban con los herbicidas e insecticidas, y luego la vertían, contaminada, río abajo.
Y también venían del pueblo unos con unas atarrayas, unas redes de nailon que atrapaban a peces adultos y pequeños, dejando el agua sin los que deberían crecer para mantener la población. Y no conformes, echaban una sustancia en las aguas arriba, “aldrín” le llamaban. Esa sustancia hacía que todo lo que tuviera vida se saliera del agua, especialmente camarones y peces (parece que las jaibas se metían debajo de las piedras y en cuevas y soportaban el veneno). Luego supe que lo que esta sustancia hacía era quitarle el oxígeno al agua y les picaba en los ojos, y desesperados, los peces y crustáceos salían del agua, a morir asfixiados afuera de su hábitat.
Como si la natureleza quisiera apurar la muerte a la que llevaban al río, envenenándolo, robándole su base de arena, contaminándolo y cortándole los árboles que le suplían de agua y frescura, vino el huracán David, y le asestó un golpe del que jamás se ha recuperado.
Ir a Bonao, a mi comunidad Los Arroces, es como ir a tu casa y ya no están tus padres y tus amigos, pues el rio ya no está, es un “cañito” de agua, lleno de piedras y basura, mucho plástico y desechos. Murió el río. Lo asesinaron.
Y quienes se beneficiaron de ese crimen se fueron, unos, se fueron con sus fortunas a vivir a otras ciudades con piscinas en sus casas, o a otros paises, con rios bien protegidos.
Y a nadie le importó, a ninguna autoridad le importó ni hizo nada. De hecho, después de muerto, el negocio de los agregados se incrementó. Las arenenas se modernizaron, y eficientizaron el robo de lo que le pertenece al rio Masipedro y Yuna. Amasaron grandes fortunas con ello, hundieron más los cadáveres del Yuna y el Masipedro, como si se tratara de un asesino que quiere ocultar su víctima para disfrutar de lo que le ha robado.
Esta canción de Joan Manuel Serrat, que la ha publicado mi amiga Nioves Santana (que a su vez la tomó del muro de Luis Manuel Brito Ureña), es una denuncia descarnada, triste y vergonzosa que el gran cantautor catalán hizo hace tantos años para llamar la atención al daño que le hacían a los rios. Penosamente, pocos le hicieron caso y hoy, como he dicho antes, nuestros ríos han sido asesinados, y ya no quedan peces, apenas quedan macos.
(Tomado de la cuenta de Facebook de Yoni Cruz).