POR ERNESTO JIMÉNEZ
“Los partidos políticos triunfan o son destruidos por sus conductores. Cuando un partido político se viene abajo, no es el partido político quien tiene la culpa, sino el conductor”. Juan Domingo Perón
La Revolución de abril de 1965 y la 2da. ocupación militar de República Dominicana por tropas estadounidenses evidenciaron que en el contexto de la «guerra fría» el camino democrático hacia el poder estaba obstruido en América Latina, y esto se confirmó con el golpe de Estado contra el presidente chileno Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, que terminó de convencer al Prof. Juan Bosch de que era necesario buscar alternativas para que los movimientos progresistas contaran con expresiones viables en la lucha por el poder. Y esa opción alternativa no la representaba el desorganizado y populista Partido Revolucionario Dominicano (PRD), el cual, Juan Bosch abandonó en noviembre de 1973 alegando que ese partido «había cumplido su papel histórico» .
La dinámica de estos acontecimientos llevaron a que un 15 de diciembre de 1973, se viviera en Santo Domingo uno de esos «episodios extraordinarios» a los que el escritor austríaco, Stefan Sweig, hace referencia en su libro «Momentos estelares de la humanidad». Ese día el Prof. Juan Bosch fundó el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), un partido único en América, concebido con el propósito expreso de terminar la obra que empezó Juan Pablo Duarte.
Esta nueva herramienta política nació imbuida de la moral, mística y honestidad que Bosch encarnaba, ya que para muchos dominicanos, él representaba los más nobles ideales de progreso y dignidad de la Patria. Por esta razón, la ética de servicio del incipiente partido quedó pautada desde el discurso inaugural del Congreso constitutivo Juan Pablo Duarte, –donde oficialmente fue establecido el PLD– con las siguientes palabras: «Un partido político no puede ser un fin en sí mismo; un partido político es un instrumento, una herramienta…tiene una finalidad y solo esa: La de luchar por el desarrollo político y social de su país», más adelante, definiendo el compromiso moral del nuevo partido con el pueblo, explicó: «No nos proponemos levantar un partido de santos, pero tampoco uno de diablos, a lo que aspiramos es a que el PLD sea un partido de dominicanos serios…» y también, con su lucidez paradigmática advirtió: «debemos tener presente en todo momento que el PLD tendrá muy poco que hacer o no hará nada de lo que está llamado a ser si le aplicamos las ideas y la manera de actuar que predominan en el PRD».
Evidentemente, Bosch insistía en diferenciar un partido ordenado y con recia formación ideológica como el PLD del desorganizado PRD, en el entendido de que solo con un partido organizado, educado, institucional y disciplinado se podría luego transferir a la sociedad estas mismas condiciones cuando se obtuviese el control del Estado. Y es justo destacar que el PLD, luego de 16 años en el gobierno, ha logrado importantes e irrefutables progresos macroeconómicos e institucionales que han mejorado, quizás como nunca antes, la calidad de vida del pueblo dominicano.
Sin embargo, ¡la historia enseña lecciones complejas y muy duras! La sentencia de Nietzsche de que «quienes luchan contra lobos acaban pareciéndose a ellos» se hizo realidad en el PLD bajo el influjo del poder que, acorde a Lord Acton, todo lo corrompe; pues el partido que una vez fue la más formidable escuela de formación y organización política se transformó en una maquinaria de poder para ganar elecciones, emulando los vicios sociales de los cuales debía ser antítesis. La lógica del poder por el poder terminó por convertir al partido en un fin en sí mismo, otorgando primacía a desmedidas ambiciones pequeñoburguesas que erigieron a su vez un entramado de intereses donde escalar económica y socialmente se volvió la razón de ser de diversos agentes políticos. Todo esto en desmedro de la mística e institucionalidad partidaria.
Siempre hemos manifestado que al parecer los ciclos históricos son eternos y en ese perpetuo retorno resurgen resplandecientes las ideas del maestro. Estas siguen vivas en sus libros y en la memoria de sus más aventajados discípulos; por eso no es de extrañar que desde dentro del partido de la estrella amarilla se levanten clamores que exigen el retorno a los principios, al respeto, a la formación política y al orden, con un lema sencillo y contundente que a viva voz reclama que, ¡Hay que volver a Bosch!
(El autor es economista y comunicador).