Por Ernesto Jiménez
“Es muy difícil deducir el bienestar de una nación a partir de su renta nacional”. Simon Kuznets
El Producto Interno Bruto ( PIB ) es el indicador por excelencia del desempeño económico de un país. Esto se debe a que, con una sola cifra, se puede obtener una idea bastante aproximada de la variación real del nivel de producción nacional; y al comparar ese mismo dato con el de otras naciones, es posible valorar el poderío o capacidad económica de cualquier Estado.
Sin embargo, este indicador tan útil y relevante sufre en sobradas ocasiones de una profunda malinterpretación por parte de actores públicos que no comprenden, ni su origen ni su función. Por lo que, es común escuchar expresiones peyorativas de analistas, casi siempre opositores al oficialismo, que intentan restar importancia al papel del PIB como estadística económica. Y como desde tiempos inmemoriales se sabe que la ignorancia teje sólidas redes de falsas creencias y mentiras, resulta siempre oportuno restablecer con claridad meridiana, las realidades objetivas que permitan al lector hacer su propio juicio de valor.
La principal confusión en torno al PIB parte de la creencia, lamentablemente muy extendida, de que éste es una medida del bienestar social de la nación, cuando en cambio, el PIB se encarga de expresar el valor monetario de la producción de bienes y servicios de un país o región a lo largo de un período de tiempo. Es decir, simplemente representa una medida del tamaño de la economía. Por consiguiente, procurar utilizar al PIB como método de estimación de la prosperidad no es más que un despropósito monumental.
Y a pesar de esta realidad evidente, otros analistas y políticos, aparentemente más avezados, han decidido utilizar el cálculo del PIB per cápita ( PIB entre el total de la población) para obtener una visión más diáfana del bienestar nacional. Pero, sumergidos en su propio error, estos tampoco terminan de entender que la medición de la producción total –aunque la repartas entre la población– no es capaz de recoger factores sociales que son cruciales para el desarrollo de una nación, entre los que se encuentran: la desigualdad social, educación, recursos naturales, calidad de los servicios públicos, libertades individuales, contaminación, felicidad, entre otros.
Es preciso destacar que, hasta el propio creador del PIB, el economista ruso-estadounidense Simon Kuznets, fue muy crítico con la pretensión de medir el bienestar exclusivamente sobre la base del ingreso per cápita. Tanto así que, en 1962, en un discurso ante el Congreso de los EE. UU. advirtió lo siguiente: “Hay que tener en cuenta la diferencia entre cantidad y calidad del crecimiento, entre sus costos y beneficios, entre el corto plazo y el largo plazo… Los objetivos de “más” crecimiento deberían especificar de qué y para qué”.
En esas palabras, el propio inventor del PIB establece una pauta definitiva para la interpretación de este indicador; además, también sirven para recordar la irrefutable diferencia entre crecimiento (cantidad) y desarrollo económico (calidad), lo que, es usualmente ignorado por aquellos empecinados en defender intereses sectoriales al margen del bienestar colectivo.
Esta divergencia conceptual entre, crecimiento y desarrollo, resulta clave para entender por qué el PIB, no obstante ser una magnitud macroeconómica monetaria, ha sido erróneamente utilizado como medio para sopesar el progreso social de la ciudadanía; y junto a las demás razones expuestas, ha sido responsable de distorsionar la correcta lectura de un indicador que, es sencillamente fundamental, para estudiar y entender los complejos fenómenos económicos que impactan la vida de nuestros pueblos.
(El autor es economista y comunicador).